UN OLIVO ENTRE CHOPOS
Languidece la tarde cuando me adentro por las
calles que te asomaron por primera vez a este valle de sentimientos que es la
vida. Ralentizo el paso, buscando entre las incipientes sombras la mirada de un
sueño todavía inconfesable. Y esa ilusión me acompaña mientras recorro la larga
calle, bajo la consoladora fronda de árboles, tan viejos, que seguramente tú
mismo viste cuando chico, Federico.
Me sorprendió la noche entre las choperas que
dan vida al camino que une Fuente Vaqueros y Valderrubio, y la luna casi llena
me saludó cuando a mis pasos se abría la puerta de la que fue tu casa. Recorrí
emocionado tu patio, tu cocina y el cuarto donde dormías y escribías. Allí, tan
cerca de todo lo tuyo, me pareció notar una mano sobre mi hombro, sobre el
hombro de cada uno de los presentes; una mano que agradecía la visita.
Mi nombre sonó, como el de otros tantos, y me
pareció ser un olivo en medio de una chopera: un solitario aprendiz de
novelista, rodeado de un bosque de poetas. Me sentí privilegiado por estar en
tu casa, pudiendo leer unas letras que escribiste antes de que te arrebataran
el cuerpo, que no la vida. Porque tú seguías allí, porque siempre estarás allí;
porque incluso cuando nosotros nos hayamos ido tú seguirás vivo, Federico.